31.7.08

man in black 6 (jack 5)

En realidad Jack no se fue. No más que cualquiera. Por algo su influencia es tan profunda. Desde que murió sus palabras y su ejemplo siempre fueron señales para mí. Cada vez que me pasó algo importante, algún problema, me pregunté: ¿cuál era el camino de Jack? ¿Qué dirección hubiera tomado?

No siempre seguí su ejemplo, por supuesto. Pero por lo menos sabía dónde estaba. En otras palabras, mi conciencia siempre funcionó bien. Incluso durante los años en que me autodestruía e inflingía dolor a los demás, en que el perro negro que hay en mí seguía adelante y hacía lo que quería, me quedaba todavía esa voz molestándome.

Toda mi vida me acompañó Jack. Desde las canciones que cantamos en su funeral -Peace in the Valley, I'll fly away, How Beautiful Heaven Must Be, canciones que me dieron apoyo adonde fuera, era sólo cantarlas y empezar a sentir una paz interior, la gracia de Dios fluir en mí- hasta hoy.

Son poderosas esas canciones.

A veces, mi único camino de regreso, la única puerta para escapar de esos oscuros lugares que el perro negro llama hogar.

Pero Jack también viene a mí en persona. Desde que murió, viene presentándose en mis sueños cada dos meses más o menos, a veces incluso más. Y me sigue de cerca. Cuando June o John Carter, nuestro hijo, se aparecen en mis sueños, normalmente son más jóvenes que en su edad real. Pero Jack no. Jack siempre es un par de años mayor. Cuando tenía veinte, él tenía veintidós. Cuando cumplí cuarenta, él ya tenía cincuenta. Y la última vez que lo vi, hará unas semanas, su pelo ya era gris y su barba blanca como la nieve.

Es predicador, como él quería. Un hombre bueno y de reputada personalidad.

Sigue siendo sabio. Normalmente cuando sueño con él es que ando en problemas o en algo cuestionable. En esos momentos él viene, me mira sonriente y me dice: "Te conozco JR. Sé lo que realmente estás pensando".

No hay forma de engañar a Jack.

26.7.08

algo más que simple literatura

Como me dijo un amigo: "Lee Mientras Escribo de Stephen King. Te cura todo". No lo leí. Pero es como si lo hubiera hecho. Acá y allá pispié partecitas. De traductores afines o de sitios donde la palabra terror o suspenso no era mala palabra. Además, cuando puedo, no dejo de leer sus columnas. Se las recomiendo. Son tan buenas como sus libros (que aclaro: alguno que otro sí leí). Lo concreto es que me curé. Ya está, soy otro. Me gusta escribir (siempre me gustó, pero bueno, me volvió a gustar, se entiende).

Por eso, en compensación, a mi amigo le recomendé Elmore Leonard, el ídolo de Quintin Tarantino. El maestro de la novela negra que escribe con sorpresa y con corazón. Si Quintin Tarantino es cínico, está a la moda y te cuenta como nadie el desayuno de dos killers antes de acometer el atraco, Elmore Leonard va más allá y te muestra la apatía, la desazón, la derrota mediocre de ese desayuno inevitablemente fallido. Si Tarantino es Palermo Hollywood o Babasónicos, Elmore Leonard es el Puente Saavedra o El Perrodiablo.

Mucho se ha dicho de que Tarantino perdió algo en sus últimas películas. Y es totalmente cierto. Se hace el canchero. Tira guiños. Se la cree. Elmore Leonard, no. Hace exactamente lo contrario. Escucha lo que dicen sus personajes, los deja respirar. Les cree. Si alguna vez los mira con sorna, en seguida les da una palmadita en la espalda. Eso me hace pensar que está tranquilo con cómo vivió. No necesita refrendarlo.

Deberían conocerlo al Leonard. Es un tipo viejo, más grande que Bioy cuando murió. Pero con el triple de sexo que él. Y eso que el oligarca bueno (el malo ya sabemos quién es) cogía bien. Con estilo. ¿O no era el dandy de la literatura argentina? Bueno, si hay algo que Elmore Leonard no es, que nunca le interesó, es ser un dandy. Seguramente vomitaría sobre un dandy. Le ensuciaría el traje. Lo miraría de abajo. Pero con orgullo...

Igual creo que exageré. Porque, en realidad, a Leonard nunca le importó el orgullo. Nunca van a verlo interesarse por eso. Él simplemente deja que hablen. ¿Quienes? Bueno, los que nunca hablan. ¿O acaso alguna vez escucharon hablar al sereno, al que lleva a la hijita del embajador a la fiesta de quince? Esos tipos, ya lo dijo alguna vez Woody Allen, saben muchas cosas.

Lo voy a decir sin vueltas: el día que alguien transcriba, simplemente transcriba, lo que esos tipos dicen, bueno... abremos accedido a algo más que simple literatura.

10.7.08

puedo espiar el futuro, es ahora o no

Parafraseando una famosa nota de Jon Landau, el martes pasado, en un sótano sucio de Villa Crespo, vi pasar por delante de mis ojos al futuro del rock.

Gracias, Perro.

8.7.08

por algo nos hizo entrar a un boliche

Es tan tonta la comparación. Tan estúpida. Entre ayer y hoy me sucedieron un par de cosas. Una moto que dio una voltereta antes de pegarme y que de milagro no me lastimó (bueno, sí, me dejó un toque mareado y me dejó un raspón en el tobillo, pero eso no cuenta). Un asado que tuvo vino, Vox Dei y un rocanrol que estuvo cerca de hacer escuela. Y un famoso, un periodista famoso, que le demostró a los demás que no es un ningún carlito. Nunca nos trató mal. Nunca nos corrió por derecha o izquierda (y eso que podría) y siempre con una sonrisa nos explicó lo que él creía que era mejor.

No me extraña. Por algo una vez nos hizo entrar a un boliche. Yo tenía 2O y él 28. Sencillamente pasó y les dijo a los de la puerta: "Ellos están conmigo". "Ellos" éramos mis amigos y yo, y nunca lo volví a ver. Hasta diciembre último, cuando me miró, miró mis notas y dijo: "¿De dónde sacaste esto de 'la irreverencia del peronismo punk'?". Yo, la verdad, no sabía de dónde lo había sacado. Sí sé que estaba ahí. Como cenizas que el campo trae a la ciudad. Sucias y brillantes. Molestas.

Me volvió a mirar y me dijo: "Estás adentro".

Le agradecí. Y volví contento a mi casa.

En ese momento estaba de novio. Pero no pude compartir la noticia. Ya me estaba peleando. Después vino Gesell, la ruptura y el fin de año solo en Parque Centenario y con dos vhs en la mano. Después, la postergación.

No me importó. Intercambiamos un par de mails. Él, honesto, quiso disculparse por la demora. A mí realmente no me preocupó. Ya me había dado cuenta de que era un buen tipo y de que iba con la verdad. Lo sabía de aquella vez en el boliche under, no necesitaba que me lo demostrara de vuelta.

Ahora, cada vez que nos marca un error o nos dice algo, todos lo miran como diciendo "Ah, bueno. Sabe el flaco...". Y yo me alegro.

Porque no me equivoqué.