23.3.11

mi 24 de marzo

Nací en el '77. En Seúl, Korea. Mi padre era un diplomático de carrera mandado al lejano oriente para su primer destino y vivió -vivimos- casi toda la Dictadura allá. Entre la nieve, las clases de taekwondo y los cables cifrados de la Cancillería. Por esa vía mi viejo se enteró de la posible Guerra contra Chile, lo cual lo llevó a mantener una incómodo momento con su colega de la embajada chilena con quien se había hecho amigo, y del paro general de la CGT de Saúl Ubaldini, que a posteriori marcó el principio del fin de los Videla y cía. Regresamos poco antes de la Guerra de Malvinas y el retorno de la Democracia. Para mí, entonces, la Dictadura fue primero un pasado oscuro, "malo", del que nadie me hablaba con precisión aunque sí con decidido enojo. Casi como un cuento de hadas a la inversa: "había una vez uno señores muy malos que se apoderaron de un país y mataron muchas personas y bla bla bla". También era La historia oficial y La Noche de los lápices, y canciones como "Rasguña las piedras", que en la mitología escolar infantil versaba sobre un pibe a quien los militares le habían enterrado viva su novia. En aquellos años, solía asociarla con eslóganes como Nunca más y con el tono indignado de Magdalena o Sábato, que me ahorraban cualquier contradicción en el relato. Recién después, ya en los '90, de adolescente, me interioricé un poco más. Y comprendí que si bien había habido un sólo demonio (el Gobierno Militar, por los crímenes estatales), la sociedad en su conjunto -y en especial, la clase media- había tenido su cuota importante de responsabilidad. Por apoyar el golpe contra Isabel, por viajar a Miami con la plata dulce, por festejar que por fin éramos derechos y humanos, y por haber impedido que durante demasiados años el peronismo y Perón fueran una opción. Una responsabilidad de la que tampoco se salvó la juventud maravillosa de entonces que hizo caso omiso del deseo mayoritario (62% de los votos para Perón en el '73) y se lanzó a una lucha armada sin clamor ni respaldo popular. Hoy, entonces, el 24 de marzo, para mí, es todo eso: un cuento infantil, un aprendizaje personal y un mea culpa colectivo que ojalá, algún día, empecemos a asumir.

(texto que los amigos de Militancia Kreativa me pidieron para una movida pulenta que vienen organizando con el fin de recordar la fecha)

10.3.11

varguitas

No necesito que nadie me vengan advertir sobre Mario Vargas LLosa porque en el ‘99, cuando muchos que hoy son K chirriaban los dientes por Chávez y su revolución bolivariana en Venezuela, yo lo apoyaba. No me asustaba. Celebraba su aparición. Lo puteé mil veces a Vargas LLosa leyendo sus prejuicios contra el populismo. Pero banco su pasión intelectual, su prosa sexual y su vitalidad. Y sé que muchas de sus ficciones tienen más cultura popular, más sexo, más pasión, más política y más calle que toda una biblioteca progre junta, atiborrada de igualdad, jacobinismos morales y posturas bien pensantes.