28.2.13

Gerardo Romano
pecho al frente
lentes negros
jopo viril
sonrisa de coté
pispea
pícaro
turgente culo
porteño
eso sí que es
Argentina.

20.2.13

mi historia con Perdedores Pop

La primera vez que vi a Perdedores Pop fue en el '95. Y no entendí nada. Tenía 18 años, recién estaba terminando el secundario, y me había llevado a verlos Pablo Gorondi, un periodista de rock que había conocido un par de años antes, a la salida de un show de León Gieco, en el Opera, durante una de esas típicas charlas post recital (en este caso a bordo de un 59), en la que yo había demostrado una habilidad inusual para recitar de memoria y ante un grupo de desconocidos cincuentones (yo tenía 15 años) la discografía completa de David Lebón (una destreza que claramente hoy ya no tengo). Gorondi dice que me miró asombrado y que me contó que tenía todos esos discos de rock nacional y que podía ir a escucharlos a su casa. Yo le dije que sí, por supuesto que sí. Y ahí fui un día, a Vicente López, donde vivía, en el chalecito de sus padres, y dos habitaciones literalmente repletas de discos, vinilos, libros de música (en castellano y en inglés) de todo lo que uno se pudiera imaginar relacionado con el rock y especialmente con el rock nacional. Pablo Gorondi tendría en ese momento 23 o 24 años, estaba terminando Comunicación en el Salvador y ya laburaba (o estaba por laburar) en el Herald y La Nación, también con Gustavo Luteral en el cable, y en un programa under de radio con Bebe Contepomi, además de ser amigo de los hermanos Esteban y Santi Rial (el núcleo duro de Perdedores Pop), a quienes conocía de la facultad y editaban juntos La Libélula, el hoy mítico fanzine universitario de cultura rock donde vi escrita por primera vez la palabra Pavement y hablaban no sé qué cosa del lo-fi. Pero eso fue bastante después. En el '93, el año de mi encuentro Gorondi (que hoy está felizmente casado, tiene tres hijas y vive en Hungría, donde labura para la agencia AP, aunque sigue igual de fanático del rock argentino), yo todavía estaba sumergido en el relato oficial del rock nacional, sus próceres y sus proezas, y, como comentaba más arriba, me sabía de memoria prácticamente cualquier discografía de las bandas y figuras fundadoras tipo Lebón. Recuerdo visitar a Gorondi cada tanto y palpar de cerca ese primer impulso de querer ser periodista de rock. Él me alentaba aunque ya me prevenía de cosas que luego conocería más de cerca: la arbitrariedad y el verticalismo en las redacciones, la siempre latente inestabilidad laboral, cierta pérdida generalizada del amor por el oficio. Los 90 y la flexibilización (aunque no al punto de inhabilitar el estatuto) también se hacía sentir en el periodismo. Recuerdo que una vez era sábado y vimos juntos el amistoso que la Argentina de Basile le ganó a Alemania con golazo a kilómetros de distancia de Hernán Díaz, mi ídolo de segunda mano en River. Lo gritamos con locura. Otra vez fuimos juntos a ver a Celeste Carballo y también a Pedro Aznar. La amaba a Celeste Carballo. La sigo amando. Para el '95, sin embargo, algunas cosas habían cambiado. Acorde a mis ganas ya más adolescentes y generacionales de vivir mi presente y mi historia (y no sólo el pasado) es que ya me habían empezado a copar las bandas que le hablaban a mi generación o, mejor dicho, a los hermanos menores de esa generación que había empezado a hacerse escuchar. O sea: Los Piojos, Peligrosos Gorriones, Caballeros de la Quema, El Otro yo, el Trance Zomba de Babasónicos, el Espiritango de Los Visitantes, el Un poco de lío de Superuva y hasta los recitales veraniegos de Aguante Baretta (!). En ese contexto fue que Gorondi me llevó a ver una noche de fines del '95 a Perdedores Pop, una banda de la que no había oído hablar nunca (y tiene sentido: no había blogs y la única data under o "alternativa" llegaba a través del Sí, el NO o las inconseguibles revista subte tipo Revolver, que inevitablemente descubrías tarde), pero que pertenecía a sus "amigos de la facultad" y que entonces había que ir a ver. Recuerdo que el show fue en Capital, una especie de sala o sótano moderadamente bien arreglada y con cierta convocatoria. Y que, como contaba, no entendí nada. A la salida Gorondi me preguntó: "¿Y? ¿te gustó?". A lo que respondí: "No sé. No entendí mucho lo que pasaba detrás de esas guitarras". Y no era que las guitarras habían estado muy fuertes. Es que eran así. Estaba confundido. Confundido e insatisfecho. Era evidente que si bien escuchaba muchas de las bandas más contemporáneas o del "nuevo rock argentino", aun no estaba preparado para Perdedores Pop; tenía atada mi cabeza a estructuras aun más viejas, normalismos todavía muy presentes en muchas de esas bandas (incluso las más osadas), que el grupo de los hermanos Rial (y de Charly Piesco, Mariela Bruzzone y Marcos Fontana como invitado especial) no respetaba ni tenía pensado respetar. Y que dificultaban poderosamente mi capacidad de disfrutarlos y apreciarlos. Porque para mí --y para mí experiencia hasta ese momento--, los Perdedores Pop eran los primeros que:

1) cantaban como hablaban: si había que desafinar, se desafinaba
2) escribían sobre cosas cotidianas, casi banales, para nada "poéticas" o "especiales"
3) tocaban la guitarra con cierto desgano pero sin amargura, con dejadez rockera y mucha onda
4) mantenían ritmos simples, repetitivos y machacantes, pero para nada aburridos (¡como Velvet Underground y Galaxie 500!)
5) ironizaban sobre su propia condición de rockeros autoexiliados de la elite, se tomaban el exitismo con humor (¡Pavement!)
6) no perseguían la calidad ni la originalidad, pero sí ser personales
7) te daban la sensación de que vos también podías hacer esa canción, que cualquiera la podía hacer, aunque --pequeño detalle-- ya la habían hecho ellos
8) no buscaban estar a la vanguardia ni mucho menos, pero a su modo lo estaban.

Y el tiempo les dio la razón. Mi cabecita adolescente podía estar preparada para los pastiches transgresores de Babasónicos o Los Brujos (y por suerte y felizmente para mí, también para el rocandombe de Los Piojos, aunque esa es otra historia) pero no todavía para Perdedores Pop, y supongo que muchísimos que tuvieron contacto con la banda en aquel momento les habrá pasado lo mismo. Creo que recién empecé a entender a los Perdedores (y a valorarlos) en el '98 o '99, cuando de la mano de Grabaciones íntimas, aquel primer compilado de Indice Virgen (lleno de temas que "desafinaban") me empecé a enganchar con esa manera artesanal y cero sofisticada de hacer música. Fue un disco muy fértil ese compilado de Indice Virgen y en un porcentaje importante inspiró nuestro posterior Compipulenta. Por el mismo tiempo --fines de los noventa-- descubrí al indie americano, claro, y al toque a Voltura, que me alegró los días con ese yolatenguismo fresco y de primerísima mano que cortaba un poco y por suerte con tanta asfixia Radiohead reinante. Pero eso, otra vez, es otra historia. Porque aquella noche, cuando los vi por primera vez y no entendí nada, todavía faltaba mucho para eso. Pero no para la despedida de Gorondi, que largaba todo para seguir su vida en Hungría, y nos invitaba a su casa de Vicente López; a darle un último adiós como corresponde. Yo me sentí como el chiquilín del tango a quien los grandes dejan que participe de la mesa en el bar y de sus convicciones y teorías. Recuerdo una conversación sobre Futbol de Primera donde yo comenté que no me bancaba a Marcelo Araujo y que Esteban y Santiago se miraron y comentaron algo así como: "Mirá qué piola el amiguito de Gorondi". También que en un momento con Santi estábamos revisando la inabarcable colección de cds de Gorondi y que cuando encontró Manos Vacías de los Caballeros de la Quema y supo de mi gusto por ellos, me dijo, cortante: "La verdad, no estoy muy interesado". Hacía poco habían tocado Los Visitantes en el Roxy y eso sí lo emocionaba. "Acabamos de asistir al fin de la mejor etapa de Los Visitantes", decía con cierto dramatismo a raíz del regreso de Alejandro Varela a las guitarras y la consiguiente partida de Marcelo Montolivo. El debate era: ¿cuál Visitantes había sido mejor? ¿El de Montolivo circa Espiritango? ¿o el de Varela circa Salud Universal y lo que viniera después? Todos estaban de acuerdo con que la etapa de Montolivo. Y yo obviamente me sumé sin vacilación a la opinión de los mayores. La noche continuó en esos términos y creo que surgió la propuesta de seguir la despedida en otro lado (auto, cervezas destapadas y avenida Maipú mediante) aunque yo regresé a casa de mis padres (hoy seguramente que diría lo contrario). No volví a ver a los Rial hasta años más tarde, cuando empecé a encontrarme seguido con Esteban en el Podestá de Soler y otros recitales; él ya tocando como el Joven Low-fi (y luego como Esteban R Esteban) y yo, por suerte, más crecido y algo, un poco, más curtido. Para mi sorpresa se acordaba de mí y solíamos hablar de Gorondi ("¿te escribió? yo ya cumplí con mi parte", me decía, a propósito de las cartas, no mails, que se mandaban) y de música, claro. Siempre fue un placer charlar con Esteban. Con Santi, en cambio, retomé contacto bastante después, en alguna reunión del Suple NO de Pagina 12, cuando yo arranqué con mis primeras notas (y me aireaba de El Cronista Comercial, donde era redactor fijo) allá por el 2005, y él ya había emprendido una momentánea retirada del periodismo para dedicarse a DChampions y distintas changas con las que bancaba su decisión. Santi, a diferencia de Esteban, no me registraba para nada. Pero yo a él sí, porque admiraba sus notas y principalmente su mirada particular ("alucinada", la definía yo) que le permitía detectar el talento allí donde el periodismo refinado, tal vez por algunas taras, llegaba más bien tarde (ejemplos: sus elogios pioneros a Ricky Flema y a Pity Álvarez cuando todavía estaba en Viejas Locas; su ponderación de Honestidad Brutal apenas salió; etcétera). Por suerte, con el correr de los años, del periodismo (alguna nota mía que valoró) y del Festipulenta (donde lo vi brillar cada vez que tocaba con DChampions), nuestra relación se acrecentó bastante más y pudimos vivir desde alegrías, charlas libres y alguna que otra discusión pasajera hasta momentos muy copados como la última vez que nos vimos, cuando ya retirándose de mi casa en Constitución --donde había venido a buscar unos flyers para el Festipulenta, el festival donde finalmente van a debutar con los Perdedores tras casi 20 años de ausencia y luego de que toda una nueva camada de bandas como El Mató, 107 Faunos, Los Reyes del Falsete y otras se cansaran de nombrarlas como una influencia clave--, me dijo: "¿Sabés que me acuerdo de aquella fecha de Perdedores que Gorondi vino con un pibito? ¡Eras vos!". Así es, Santi, era yo.


12.2.13

110% a favor de los feriados por carnaval, las murgas, los corsos, las comparsas, las calles cortadas, el bochinche en la ventana, el golpe de los bombos que no te dejan dormir, el quilombo.

2.2.13

“De casi imposibles está hecho el rock”, digo en una entrevista que me hicieron en la Revista Paco, la sensación de verano, a propósito del Festipulenta que dentro de poco llega a su 16ª edición. Quién lo hubiera dicho. Gracias por la nota.