5.9.14

adiós Cerati


Desde sus inicios, Gustavo Cerati contradijo varios premisas de una estrella "respetable" de rock: ideó su grupo desde la carrera de publicidad de El Salvador y se preocupó más por la imagen y por estar a la moda que por lograr una obra seria o trascendente. Por eso, también, "Soda Stereo" como nombre-marca insólita que a posteriori fue sinónimo de rock/pop en castellano para América Latina. Había marketing. Pero también mucho talento. "No me siento poeta. Escribo las letras de acuerdo a su sonoridad", solía decir para restarse mérito, sin tener en cuenta (¿falsa modestia?) que de eso se trata ser un buen letrista de rock. Y que letrazas como "Corazón delator", "Signos" o "En la ciudad de la furia" lo contradecían flagrantemente. Siempre atento a vampirizar las nuevas tendencias, su frescura mermó a partir de Dynamo (1992), gran disco que puso a Soda Stereo a dialogar con el shoegaze de avanzada (traducida aquí como movida sónica; o sea, bases repetitivas y distorsión guitarrera), pero que significó su primer divorcio con el gusto masivo. Cada vez más frío y soberbio en la exhibición de sus prédicas musicales (el loop, el sampleo, la electrónica), no pudo evitar, sin embargo, su habilidad para hipnotizar cantando y, cuando estaba inspirado, sus melodías. Se le podía achacar cierto narcisismo (¡esos terribles episodios sinfónicos!) y una negación casi infantil al paso del tiempo (fue el más Peter Pan de nuestro rock nacional), pero los hits siguieron llegando; su ligazón, al fin de cuentas, con la emotividad interior. Y contra eso nada más queda.

(columna en Tiempo Argentino; dibujo: Sebastián Cantero)

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